Diría de entrada que estoy acá escapando.
Hace mucho tiempo intento y sigo intentando amigarme con la idea hacerme un camino en Instagram. ¿Por qué Instagram y no otra red? Simple, soy millennial. No tengo mente, tiempo, cabeza ni conocimiento a mis 31 años para hacer bailes de Tik Tok o tratar de entender siquiera alguna otra app. Instagram ya me genera demasiado conflicto. Sin embargo, tengo una intuición persistente as fuck - tal vez es Taurina y no me enteré - de que necesito expresar muchísimas cosas para que alguien (?) escuche o lea y resuene. Será el deseo trillado humano de trascender, vanidad, altruismo, mi luna en Leo o algo que realmente valga la pena, no lo sé. Lo que sí sé es que no se me va. No se me sale del cuerpo. No me deja en paz en mi mente.
Lo intenté, como les decía, muchas veces. Cada vez fallo. Podría decir que no sé bien por qué, pero es una conjunción de cosas muy específicas. Comparación, inseguridades, bloqueo creativo, exposición, miedo, vulnerabilidad, falta de confianza. Nunca soy tan experta, tan buena comunicadora, tan linda, tan hegemónica, tan aesthetic, tan concisa, tan atrevida como la red lo requiere. Y me destruye cada vez que lo intento. No quiero parecer que lo tengo todo resuelto, pero quiero hablar de desarrollo personal. No quiero exponerme tanto (porque además, hola, soy psicóloga y tengo pacientes que me siguen), pero no logro llegar con mi mensaje si no cuento mi experiencia personal. No quiero ni siquiera empezar a sonar como gurú de nada ni de nadie (cómo odio eso!) pero quiero bajar un mensaje. Toda fórmula me parece imposible.
Por eso escapo. Escapo de una Gina que no puede dejar de usar filtros para hacer historias. Aún cuando lo importante es el contenido, quiero verme linda. La nariz más fina, la piel más bronceada, los ojos y labios más grandes. Una cara más de esta década básicamente. No puedo soportar verme los dientes separados en Instagram. Dientes que jamás de los jamases me veo al espejo. ¿Por qué entonces me los veo y me molestan tanto frente a la cámara?
Pero sobre todo escapo de animarme a dedicarme cien por ciento a lo que quiero, asumiendo las consecuencias que eso pueda traer. Me repito a mí misma que no me importa la exposición y que me llevo espectacular con la vulnerabilidad, pero eso no es tan así. Pareciera haber una capa que nunca dejo ver. No es que oculte cosas mías adrede, es que simplemente no logro atravesarla.
Es demasiado desafiante ser psicóloga y exponerte. ¿Y si mis consultantes se desencantan? ¿Si pierdo la legitimidad frente a sus ojos? ¿Y si ven lo rota que estoy?
¿Y si ven lo rota que estoy?
Escapo también de lo inmediato, lo rápido, lo corto, lo fugaz, lo liviano, lo visual, lo perfecto. No quiero pensar en un diseño perfecto para atraer a la gente ni en un texto recortado para que entre en los caracteres que Instagram cree aceptables. Me gusta el texto largo, el sentimiento desmenuzado en un millón de letras que te traducen tu propia vida. Lo lento. Sobre todo, lo lento. Será que me estoy poniendo grande y reivindicando lo vintage, pero realmente estoy convencida de que necesitamos más de lo lento. Sin lentitud no hay profundidad, no hay capas, no hay texturas, no hay cuerpo que registre. No hay proceso. Y para mí, mi mejor amiga lo confirmaría, los procesos son largos y lentos y de a poco.
Suelo decirle a mis pacientes que las sesiones, así como muchísimas conversaciones cotidianas con las personas que queremos, se parecen a abrir una canilla que no se abre hace mucho tiempo. Al principio, tenés que dejar correr el chorro porque seguramente saldrá sucio, amarronado, para poder ver luego el agua más pura. En general mis pacientes llegan a la consulta y me cuentan nimiedades, detalles de su semana, de sus días, cosas superficiales. Pero de a poco va sucediendo la magia, se van cayendo las capas de la cebolla, se va aclarando el chorro de agua. Llegan al corazón de lo que quieren decir. A lo más blandito. A lo que protegían de sí mismos.
Juana, la razón de mi comienzo en este portal, escribió muy asertiva y hermosamente sobre la influencer incómoda. Esa influencer que seguís aún cuando te hace sentir ansiedad, incomodidad, bronca. Juana dice que a uno le incomodan aquellas cosas con la que resuena, con las que tiene algo que ver, que nos espejan. Mis influencers incómodas son siempre aquellas que están haciendo exactamente lo que yo quiero y aún no me animo. Y cuando digo exactamente es porque, me ha sucedido muchísimas veces, hacen el mismo contenido que pienso y desestimo, hablan de los mismos temas con los que estoy resonando, hacen los cursos a los que no me atrevo a aplicar y comparten los mismos procesos que atravieso. A veces pienso si Elizabeth Gilbert no tendrá razón en su libro Libera tu Magia, cuando dice que las ideas tienen vida propia y si uno no las toma y baja a la realidad, otro lo hará porque siguen su viaje hasta que alguien las escuche. No sé si las ideas tengan vida propia, pero sí sé que mis influencers incómodas tienen la confianza y los cojones que yo todavía no. Me gusta agregarle el “todavía”, suena esperanzador.
Al final, estoy escapando siempre de mí misma. De aquellas versiones en las que las mentiras que me cuento no tienen sustento. De aquellas vidas paralelas en las que sí me atrevo a vivir la vida que quiero y a explorar mis supuestos dones. Al final todos escapamos de nosotros mismos en alguna medida, ¿no?
Escape o no, de repente encuentro aquí la comodidad e intimidad que no encontré escribiendo en ningún otro lado. Supongo que a veces escapar no es tan malo. Tal vez escapando lleguemos, como si recordáramos el camino de memoria, a casa.
Me encantó Gina! Resueno mucho con lo que compartís! Y este ¨escape¨ está maravilloso!
Vamos logrando llegar a casa!